"Espero poder vivir cien años"
El poeta está feliz. Tiene su obra y la abraza como un padre primerizo. Se la acaban de entregar luego de que su pedido se hiciera realidad.
Dora Battistón se encargó de ponerle un cerrojo a la historia. Como poseedora de un poder que le había entregado el autor para la custodia de la obra, decidió acceder al pedido de Bustriazo aunque ahora con la intriga del destino de esas obras.
Mediante una carta al lector la profesora dio las razones de la devolución y, definitivamente, cerró su historia con Bustriazo. No quiere ni desea entrar en polémicas sobre los supuestos 79 libros más famosos no editados, ni los más de mil poemas. Pero tuvo recaudos Battistón (que ha cosechado las más diversas opiniones sobre su accionar) y por ello depositó la obra en una escribanía para evitar males mayores.
Bustriazo, ahora, está con su niño mimado. Y ese pedido expreso que lanzó en una entrevista en el activo diariotextual.com, hoy es un deseo concretado.
"Quiero que la señora Dora Battistón me devuelva la obra. Ni una hoja más, ni una hoja menos, caráfito!" había dicho Bustriazo.
Hoy, imagino, cambiará esa maldición pública por un neologismo que sólo a él pudo (¿puede?) ocurrírsele para describir esa sensación de felicidad de cada persona. "¡Aleluyante!" puede gritar el poeta. Se me ocurre bah, no pretendo que esto se convierta en una sutil sugerencia para alguien que apretó un lápiz sobre una página amarilla o una tecla en la máquina de escribir por más de cincuenta años, bastante más de los que tengo. Sería una impertinencia decirle: "Tome Juan Carlos, le regalo esta palabreja, tal vez no la tenía almacenada".
No me costó demasiado en esta oportunidad llegar a él, más que un par de llamados. El hombre de ahora, más delgado, tiene ojos que parecen bolas de arbolitos de navidad resplandecientes y una impecable barba candado. Bustriazo, eso lo pude averiguar, siempre ha sido un hombre coqueto. Y a pesar de los años conserva ese donaire de una personalidad, si se quiere, diferente del resto.
Bien sabía que, a través de encuentros anteriores, el Penca o Juanllanca, el Flamenco Bustriz, el Piedra Juan, bellos alter egos rústicos, había quedado vacío de inspiración. Por eso maldice a los cuatro vientos a una doctora que lo atendió en psiquiatría del hospital. Todas historias pasadas y conocidas para muchos. Pero que lo diga él es dejar atrás suposiciones externas no exentas de tergiversaciones peligrosas.
Se lo ve saludable y rompe, casi con desesperación, el papel de regalo para encontrarse con un block de hojas de colores, un par de lápices negros, una goma, un libro de relatos de Dylan Thomas y unas deliciosas palmeritas y alfajores de maicena.
"Le gustan mucho los dulces", me dirá luego Lidia, su mujer, en el comedor de la casa en la calle Stieben. Los alfajores lo pueden y Juan Carlos se carga el primero, antes de empezar a hablar con Kresta y recorrer buena parte de su vida como habitante urbano y caminante del oeste, amigo de las piedras e hijo dilecto de ese oeste definido sutilmente por El Bardino como "la matriz de toda La Pampa".
"Yo fui radiotelegrafista, como jota ce be, juan carlos bustriazo", arranca antes de aclarar que su salud está óptima y disfruta de su familia.
Dora Battistón se encargó de ponerle un cerrojo a la historia. Como poseedora de un poder que le había entregado el autor para la custodia de la obra, decidió acceder al pedido de Bustriazo aunque ahora con la intriga del destino de esas obras.
Mediante una carta al lector la profesora dio las razones de la devolución y, definitivamente, cerró su historia con Bustriazo. No quiere ni desea entrar en polémicas sobre los supuestos 79 libros más famosos no editados, ni los más de mil poemas. Pero tuvo recaudos Battistón (que ha cosechado las más diversas opiniones sobre su accionar) y por ello depositó la obra en una escribanía para evitar males mayores.
Bustriazo, ahora, está con su niño mimado. Y ese pedido expreso que lanzó en una entrevista en el activo diariotextual.com, hoy es un deseo concretado.
"Quiero que la señora Dora Battistón me devuelva la obra. Ni una hoja más, ni una hoja menos, caráfito!" había dicho Bustriazo.
Hoy, imagino, cambiará esa maldición pública por un neologismo que sólo a él pudo (¿puede?) ocurrírsele para describir esa sensación de felicidad de cada persona. "¡Aleluyante!" puede gritar el poeta. Se me ocurre bah, no pretendo que esto se convierta en una sutil sugerencia para alguien que apretó un lápiz sobre una página amarilla o una tecla en la máquina de escribir por más de cincuenta años, bastante más de los que tengo. Sería una impertinencia decirle: "Tome Juan Carlos, le regalo esta palabreja, tal vez no la tenía almacenada".
No me costó demasiado en esta oportunidad llegar a él, más que un par de llamados. El hombre de ahora, más delgado, tiene ojos que parecen bolas de arbolitos de navidad resplandecientes y una impecable barba candado. Bustriazo, eso lo pude averiguar, siempre ha sido un hombre coqueto. Y a pesar de los años conserva ese donaire de una personalidad, si se quiere, diferente del resto.
Bien sabía que, a través de encuentros anteriores, el Penca o Juanllanca, el Flamenco Bustriz, el Piedra Juan, bellos alter egos rústicos, había quedado vacío de inspiración. Por eso maldice a los cuatro vientos a una doctora que lo atendió en psiquiatría del hospital. Todas historias pasadas y conocidas para muchos. Pero que lo diga él es dejar atrás suposiciones externas no exentas de tergiversaciones peligrosas.
Se lo ve saludable y rompe, casi con desesperación, el papel de regalo para encontrarse con un block de hojas de colores, un par de lápices negros, una goma, un libro de relatos de Dylan Thomas y unas deliciosas palmeritas y alfajores de maicena.
"Le gustan mucho los dulces", me dirá luego Lidia, su mujer, en el comedor de la casa en la calle Stieben. Los alfajores lo pueden y Juan Carlos se carga el primero, antes de empezar a hablar con Kresta y recorrer buena parte de su vida como habitante urbano y caminante del oeste, amigo de las piedras e hijo dilecto de ese oeste definido sutilmente por El Bardino como "la matriz de toda La Pampa".
"Yo fui radiotelegrafista, como jota ce be, juan carlos bustriazo", arranca antes de aclarar que su salud está óptima y disfruta de su familia.
- Usted le reclamaba la devolución de su obra a Dora Battistón. ¿Había charlado con ella?
- No, para nada. No hablamos nada con ella.
- No, para nada. No hablamos nada con ella.
La respuesta es de Lidia. Inmediata. Esta enfermera que, dice, se encargó de devolverlo a la luz del sol a Bustriazo cuando se había convertido en un ilustre desconocido en el hospital. Es la misma que niega que a cambio de una publicación de una veintena de libros en cuatro tomos (Amerindia y La Arena), próxima a ver los estantes, hubiesen recibido un adelanto de regalías.
- Más allá del dinero usted pretendía que se devolviese la obra.
- Toda la obra completa, 79 libros, ni un libro menos, ni una hoja menos de mi obra poética, por la que tanto he luchado.
- Toda la obra completa, 79 libros, ni un libro menos, ni una hoja menos de mi obra poética, por la que tanto he luchado.
- ¿Con qué propósito les dio el poder para la custodia de la obra a Gury Jáquez y Dora Battistón?
- Para que me la cuidaran. Yo en esos momentos estaba medicado por la doctora Rivarola, en psiquiatría. Yo les di el poder para que me la cuidaran.
- Para que me la cuidaran. Yo en esos momentos estaba medicado por la doctora Rivarola, en psiquiatría. Yo les di el poder para que me la cuidaran.
- ¿Qué etapa de su vida hay en esos libros?
- Distintas etapas, distintos lugares por los que he andado. Como radiotelegrafista. No recuerdo en estos momentos en qué años, tengo tantas cosas acumuladas en la mente, cosas que he vivido.
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- Distintas etapas, distintos lugares por los que he andado. Como radiotelegrafista. No recuerdo en estos momentos en qué años, tengo tantas cosas acumuladas en la mente, cosas que he vivido.
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1 comentario:
Exitos chicos, delante!
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